Por mucho que uno se pase la vida buscando y buscando al final hay ocasiones en las que no se sabe no sólo donde está tu sitio, sino tan siquiera el lugar que se está ocupando en ese mismo momento.
Mareado en la montaña rusa de emociones y sentimientos en la que a veces nos mete el camino, y de la que no podemos bajarnos por mucho que queramos, no nos queda otra que esperar que cuando alguien presione el pause te queden fuerzas para seguir caminando, ya que nunca sabes si el tren te apeará en una bella estación o si te dará una patada en medio del desierto.
Así que coges la baraja de la vida y metes en ella todas tus cartas, las buenas y las malas, que es de las que más aprendes, y te apuestas hasta el último latido en la partida aún a sabiendas que no llevas buena mano y que te niegas a tirarte faroles cuando juegas a corazón abierto. Porque la vida está para jugar y saber que se puede perder, teniendo en la cabeza y el corazón la certeza de que cuando se gana se compensa todo aquello que se había ido perdiendo en el camino.
Y es que ya lo dice el maestro: porque vivir es jugar, y yo quiero seguir jugando…
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