No se si os pasará a vosotrxs, pero yo se perfectamente en qué momento me sonrojo, no me hace falta mirarme en un espejo para saber que mi cara toma ese colorcillo colorado tan particular. La verdad es que hay gente a la que le ocurre con facilidad y hay a quien no le ocurre nunca, pero he de reconocer que aunque últimamente no me pase tan a menudo como antaño, en el fondo es una sensación que me encanta.
Ese momento en el que alguien te dice algo genial sobre ti mismo que no esperabas oír, o ese momento en el que otra persona te comenta que te vio con esa persona que te gusta, o algunas otras situaciones que al fin y al cabo te llevan a ese punto exacto en el que, ruborizado, a la vez que halagado o repleto de timidez, no es necesario que ninguna palabra exprese la humildad que ya refleja tu colorado rostro.
Pues bien, esta mañana me he sorprendido a mí mismo totalmente sonrojado delante de este ordenador, leyendo el mensaje de alguien que ha leído por primera vez el blog y que vía mail ha elogiado esta pequeña labor de ir dejando retazos de mi realidad para todxs vosotrxs, y no se si ha sido lo inesperado del halago, lo genial que es ver que alguien te muestre sin pensárselo el aprecio hacia lo que haces, o quién sabe, pero lo que si se es que, rojo como un tomate, no he podido sino pensar en lo maravillosa que es esta sensación de hacer las cosas bien, y en compartirla en este nuestro pequeño espacio.
Ojalá nos sonrojásemos más a menudo…
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