Hay que reconocer que en ocasiones se vuelven imposibles las frías y lluviosas tardes de otoño, por más que lo intentemos, ni tan siquiera casi poder sentir aún el calor de los abrazos y el sabor de los besos es suficiente para calmar la gélida oscuridad que te rodea.
Son días en los que las cicatrices vuelven a doler y sientes como se desvanece el equilibrio que tanto te ha costado encontrar. No puedes evitar pasar las horas deseando que tus pensamientos y tus latidos se dirijan en la misma dirección mientras te invade la ansiedad de no saber como romper los barrotes de un corazón que casi no recuerda cuando fue enjaulado, cuando decidió tirar la toalla y cerrar los ojos por no volver a sentir el dolor y la ausencia.
Son días en que cada gota de lluvia se refleja en el espejo de tu retina tratando de sudar ese veneno que sin saber por qué una y otra vez vuelve a corroerte, tratando de apartar esa soledad que te regala su beso y te presta una mano cuyo sendero tan bien conoces.
Son días de lluvia, papel y pluma, de versos oscuros que reconfortan el alma, que escupen palabras que muerden las lunas que ya no dibujas, que pintan poemas con sueños perdidos entre manos y sábanas las noches que no hay frío ni miedo, ni más estrellas que esas pupilas…
Son días que pasan, y amanece, y sigue lloviendo…
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