Parece que con el avance del otoño el mundo se empeña en dar una vuelta de tuerca tras otra, y hasta se pone de acuerdo en robar a los días una hora de luz, se pone de acuerdo en quitarnos una hora de las de vivir y nos regala una para dedicar a los poco valorados artes de pensar y sentir.
El problema a veces aparece cuando uno ya está cansado de pensar y piensa que, probablemente, se le había olvidado el cómo sentir, dedicando su tiempo casi en exclusiva a soñar.
Porque en ocasiones, uno se acaba encontrando con que existen sueños de esos que te abrazan bajo las sábanas y ya no te dejan pensar, y te hacen creer que tus ansias por soñar no tienen otra motivación que volver a sentir. Son esos sueños, que se transforman en unos ojos, en una mirada, en unas manos, en un beso, son esos sueños que te hipnotizan y que te hacen pensar que da absolutamente lo mismo que exista una hora más de día o una hora más de noche, porque lo único que te apetece, indistintamente de cuando sea, es pasarte esa hora soñando.
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